Atravesar el bosque ataviada con el vestido y el abrigo
largo enredándose entre ramas secas y sin saber el rumbo cierto de dónde
dirigirme se hacía cada vez más tedioso. ¿Falta
mucho Ama? Le pregunto cada diez minutos, para ver si así consigo
desesperarla y hacerle al fin decirme cual es mi destino. Pero ella no suelta
prenda, se limita a decirme con mirada severa: No seas impaciente, Luna.
La paciencia nunca fue uno de mis valores. Andamos, andamos
y andamos hasta llegar a una casita de madera en medio del bosque. Ama llama a
la puerta. Nos abren. Antes de entrar escucho algo. Me vuelvo, no veo nada. Otra
vez, nada, serán imaginaciones mías.
De las paredes cuelgan todo tipo de cosas extrañas: cabello
humano, animales muertos, plantas secas
y demás objetos que me hacen presagiar que aquella casita no pertenece a una
anciana adorable.
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